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Buenas noches. Soy el hijo mayor del pintor Ramon Calsina y me llamo como él, Ramon.
Cuando estábamos organizando la exposición la directora del Museo Deu, Núria Payán, me dijo si quería dar una charla dentro de los actos organizados con motivo de la exposición.
Por un lado me gustó la idea, y por el otro me asustó un poco el pensar que debería hablar una hora en público, sin estar acostumbrado. He asistido a unas cuantas conferencias y considero que es un trabajo muy bonito pero difícil, sobre todo si se hace bien.
Soy un conferenciante novato y espero que serán condescendientes.
Por otro lado, como decía, me hizo ilusión, porque hablar de mi padre es un tema querido y estoy convencido de que hay muchas cosas de que hablar.
El único título que avala el hecho de dar esta charla es el de hijo. No tengo estudios relacionados con el arte, ni soy marchante, y mi vida profesional está lejos de estos temas. Lo que pueda decir parte, ante todo, del sentimiento filial, y de haber vivido inmerso en las tribulaciones de un artista pintor, como decía su carnet de identidad. Y de las reflexiones que me he ido haciendo a partir de esta circunstancia.
Por todo ello les agradezco de todo corazón su presencia.
La finalidad principal de un artista es mostrar su obra. Para nosotros, la familia, es un placer ser depositarios de un patrimonio como el que nos dejó, que es una parte de lo que realizó, porque su obra, la que disponemos y la que está dispersa, estamos convencidos de que es digna de ser ampliamente conocida, porque es el testimonio de una manera de hacer que es importante conocer en el momento en que vivimos.
Pero es también una responsabilidad que sepamos hacer lo que sea más adecuado para que ello sea posible.
Los hijos y nietos estamos fatalmente ligados, o entusiásticamente unidos, a este legado, según nos sentimos pesimistas ante las dificultades, u optimistas cuando conseguimos algo en este sentido, como es esta exposición.
Ramon Calsina falleció el año 1992 y en todos estos años desde que nos dejó, su presencia mediática, que ya no era mucha, se ha ido reduciendo. Dentro del mundo del coleccionismo se sigue conociendo y apreciando, pero en el ámbito general hay mucha gente que no sabe quién es. Parte de su público y de sus avalistas han fallecido, también.
Las administraciones públicas, con sus correspondientes departamentos de cultura, parece que deberían mantener vivo el patrimonio cultural, pero esto generalmente no es así. Hay mucho patrimonio, sobre todo de pintores, que queda escondido y olvidado, y no hay nada más triste para una obra de arte que no sea mostrada, o de que lo sea de una en una, porque para hacerse una buena idea, para apreciar un artista, hay que ver su trabajo en conjunto.
De vez en cuando, muy de vez en cuando, alguien escribe un tímido mea culpa por estos olvidos, pero después siguen haciendo de monaguillos, lanzando incienso, para el culto de una modernidad que más que arte se dedica a fabricar ocurrencias que pretenden ser impactantes.
Cuando murió nuestro padre decidimos, con nuestra madre, que conservaríamos la obra que teníamos, con una idea romántica de poder mostrarla junta. Renunciar a vender nada, desanimando a mucha gente que se ponía en contacto con nosotros para comprar y que poco o poco fue dejando de hacerlo.
En todos estos 17 años desde su fallecimiento se han realizado cuatro exposiciones. La primera el año 1994, en el que la Pinacoteca hizo una exposición con obras procedentes de coleccionistas y otras dejadas por nosotros. La segunda fue en Madrid, en 1997, en el Conde Duque, una magnífica instalación situada en lo que habían sido unos antiguos cuarteles. La llevó a cabo el Banco de Sabadell en colaboración con el Ayuntamiento de Madrid, y quien la propició fue Enric Jardí. Se expusieron 75 pinturas y dibujos, y fue una gran exposición. La inauguró el alcalde, que en aquel momento era Rafael Álvarez del Manzano, y tuvo un gran eco. Después se trasladó a Sabadell en el Círculo de Bellas Artes, en donde la inauguró Antoni Farré, el alcalde de Sabadell, gran político, fallecido recientemente, y Enric Jardí dio una conferencia sobre Calsina.
El Banco de Sabadell pretendía llevarla a Barcelona pero ninguna administración le secundó y no se hizo.
Y la última exposición que se ha hecho fue en el Masnou, en el año 2002, en el centro cultural Gent del Masnou. Fue una exposición reducida y teóricamente modesta, pero altamente gratificante, por el acogimiento cálido, por el entusiasmo que emplearon y porque el día de la inauguración invitaron a Jordi Sarsanedes y su esposa Núria Picas, entusiastas de Ramon Calsina desde siempre. El poeta, ya fallecido, hizo un sentido parlamento para inaugurarla.
Esto es lo que hemos podido hacer en todos estos 17 años para mostrar la obra de nuestro padre. Si se han fijado, sólo una en Barcelona, dos años después de su deceso y porque la Pinacoteca era su galería y legítimamente querían mover la figura de quien había sido uno de sus artistas emblemáticos.
En todos estos años muchas veces, personalmente, me he sentido triste y desmoralizado, porque luchábamos como Don Quijote contra los molinos de una situación adversa, y los cuadros y dibujos permanecían en las estanterías y los cajones.
Del rescoldo que a pesar de todo hemos mantenido, y con otra generación detrás de nosotros, los nietos, ha salido la fuerza suficiente para decidirse a crear la Fundación Ramon Calsina, como un compromiso "De mostrar y preservar la obra", como dicen los estatutos de la Fundación que se constituyó el día 6 de marzo.
La fe mueve montañas, eso si, la que te mueve a actuar, y es a partir de esta fe que han empezado a suceder cosas. La primera esta magnífica exposición y los actos que organiza el Museo, y el eco que ha tenido en la televisión y los periódicos del Vendrell.
Hay obras de Calsina en instituciones, museos y administraciones públicas, pero el único lugar donde hay obra expuesta públicamente, desde su inauguración y, además, en un lugar de honor, es aquí, en el Museo Deu del Vendrell. Es, pues, el Museo Deu, el Ayuntamiento y los vendrellencs los que mantienen viva la presencia de Ramon Calsina. Por eso tiene mucha importancia para nosotros haber iniciado este recorrido con esta exposición.
No diré todo lo que la familia Calsina siente por la directora del Museo, Núria Payán, porque está presente y le haría pasar un mal momento. Sólo que hace muchos años que nos ha ayudado siempre que se lo hemos pedido. Yo diría que actualmente es la profesional que más conoce a Calsina. Lo demuestran los textos del catálogo de la exposición que son una muestra de la tesis doctoral que está realizando y que estamos seguros de que será un documento de referencia para quien se acerque a estudiar al artista. Estos textos van mucho más allá del trabajo profesional, y descubren el sentido y la intención últimos a donde pretendía llevar Calsina a los espectadores de sus obras.
Las obras de Calsina que hay aquí y la relación que existe con el Museo Deu, naturalmente, se debe al sr. Deu Font.
Él era un visitante asiduo de las exposiciones de nuestro padre, y siempre que nos encontrábamos me contaba con pasión cuáles eran las piezas que acababa de conseguir o que estaba a punto de hacerlo. A veces me lo encontraba dos veces, mañana y tarde, en un mismo día. Era obsesivo, y debo decir que a veces mi padre se atolondraba ante su insistencia.
Pero hay que entender que para conseguir todo lo que hay en este museo debía ser especial. Fueron precisos mucho dinero y muchos esfuerzos y era necesaria una pasión fuera de lo normal para reunir este tesoro. Era una persona especial, que renunció a muchas cosas para hacer una. Para mí el sr. Deu Font se mantiene vivo en los vínculos que establecimos, forma parte de la historia de Ramon Calsina.
Dos veces hicimos el recorrido por el museo guiados por él. La primera fue con un grupo de amigos, y disfrutamos de su entusiasmo, de su pasión por cada una de las piezas que había reunido. Y también hay que decir que nos ganamos algún reproche cuando no estábamos lo suficientemente atento a sus explicaciones.
La segunda vez fue la familia, con la madre, los hijos y los nietos. Aquella vez nos enseñó incluso su piso, en la parte alta del edificio del museo, y nos hizo explicarle el argumento de los diferentes calsinas.
Al final del recorrido le preguntamos por las posibilidades de hacer una fundación sobre nuestro padre. Entonces hizo traer unas sillas al lado de la recepción, ante las acuarelas de Ceferino Olivé, y tuvimos una larga charla en la que nos habló como notario. Con contundencia nos dijo que de hacer una fundación que ni hablar, que era muy complejo y que nos complicaríamos la vida. Nos explicó todas las posibilidades de las distintas cosas que podíamos hacer, y nos conminó a dejar legalmente bien protegida a nuestra madre, porque él había visto situaciones muy complicadas.
Como se puede ver no le hemos hecho caso. Hemos comprobado que realmente es complicado y que nos hemos cargado con una gran responsabilidad. Él se complicó la vida de lo lindo con este museo, pero ante su pasión por el arte pasaba por encima de las complicaciones. Nosotros tenemos unas motivaciones sentimentales y morales que nos hacen creer que vale la pena dejar de lado la fría lógica.
El Poblenou a finales del siglo XIX era un suburbio de Barcelona donde se construyeron muchas fábricas en el tiempo de la industrialización. Junto con las fábricas estaban las viviendas de los obreros que trabajaban en ellas. Esto hacía que el Pueblonuevo fuera un barrio muy dinámico y turbulento. Al mismo tiempo que el progreso de la industrialización, se producía también un progreso social. El proletariado necesitaba cambios, quería cambios y se mezclaban las luchas sociales, muchas veces violentas, con ideales utópicos, como los libertarios de Icaria, los espiritistas de raíz cristiana, con anarquistas de acción directa, lerrouxistas de buena fe y un substrato de asociaciones culturales y cooperativas, todo aderezado con la Renaixença.
El Poblenou era un magma evolutivo, una época fantástica para la mirada en perspectiva de un historiador, pero visto desde dentro era un mundo duro, lleno de desigualdades, de situaciones injustas, de gente que se quedaba tirada en el camino.
Allí nació Ramon Calsina i Baró el día 26 de febrero de 1901, en la calle Castanys, delante mismo del Mercado de la Unión. Sus padres tenían una panadería. Su madre, Dolores, era viuda, con un hijo y una hija. Se casó por segunda vez con Ramon Calsina, el primer Ramon. De este matrimonio nacieron dos chicos. El mayor era el pintor.
La vida familiar era ajetreada, debido al trabajo nocturno de hacer el pan y venderlo de día, y pedía la colaboración de todos, mayores y chicos, pero a cambio había una situación económica relativamente sólida dentro del entorno pobre del barrio. La madre tenía una libreta donde iba apuntando a los que no podían pagar y de vez en cuando lo tachaba todo y empezaba de nuevo la lista.
La casa no era muy grande, y además de la familia, los mozos de la panadería y la tienda, siempre había algún pariente que vivía allí, lo que hacía muy difícil la intimidad. El pequeño Ramon la encontraba en la azotea, pasando la colada y leyendo un libro de aventuras, el Robinson Crusoe, por ejemplo.
Se puede decir que se evadía contemplando los tejados del barrio y esto explica que estas azoteas sean una imagen recurrente en su obra. Las azoteas y la Torre de les Aigües, el mar al fondo y los globos aerostáticos que se llevaban volando su desbordante imaginación.
Él decía que su niñez había sido triste. Si acaso lo fue, más que por las condiciones formales de su vida, lo era por la manera de ser de su alma, sensible, retraida, observadora y que seguramente veía de las cosas un poco más allá y con más gravedad de lo que veían los demás.
El mundo en el que abrió los ojos, el de un barrio obrero, y el mundo en general, no le gustaban mucho. Las desigualdades, los desheredados, la dureza que mostraba la vida en cada descubrimiento, las vidas marcadas por la miseria y, sobre todo, la miseria producida por los defectos y la maldad, producían un impacto en su sensibilidad especial, que era seguramente la de un artista , pero también una sensibilidad moral, que lo marcó profundamente y que se refleja en su obra.
Se refleja en los temas y también en la puesta en escena. Sus personajes, los ambientes, son de aquella época. Las calles humildes, las fábricas de rincones destartalados, los vestidos y también el alma de los personajes que se movían por ellos, son los escenarios que le impactaron en su despertar a la vida. Y siempre exagerando los detalles para hacernos ver cosas que él ve y siente, y nos las explica.
Su vocación nació con él, la afición a dibujar en todas partes era una obsesión, y la gracia de aquel niño más bien tímido, retraido y sentimental.
Había un amigo de la familia, Carlos Vidal, soltero y sin muchos parientes, mecánico del diario la Vanguardia. Carlos Vidal era un hombre ilustrado, autodidacta y tenía una estimación especial por el pequeño Ramon.
Se lo llevaba con él a ver exposiciones, oir conciertos y a todo tipo de actos culturales. Le inculcó la afición por la cultura. Él fue quien hizo ver a los padres que esa manía que tenía el chico de hacer dibujos en todas partes era una cualidad a la que se le tenía que dar salida, y así fue como lo llevaron a una academia de dibujo, la Academia Baixas, porque todavía no tenía edad de ir a la Llotja. Cuando ya tuvo la edad, a los 14 años, empezó en la LLotja y a trabajar en una empresa de cristales haciendo de aprendiz, y más tarde siendo dibujante de vidrieras artísticas.
El dibujante titular de la casa era el hermano del escultor Gargallo, que le proporcionaba libros para leer y le guiaba en las lecturas. Un día se marchó de la empresa y mi padre se convirtió en el dibujante titular.
Las dos cosas las siguió haciéndo hasta después de hacer el servicio militar.
En la Llotja, cuando ya había terminado los estudios normales, aún seguía acudiendo por allí, asistiendo a clases puntuales, y dando clases también él.
Ganó dos premios Amigó Cuyàs, que estaban dotados con dinero. Con el primero viajó por España. En Granada conoció a los músicos Falla y Arbós, y también a Garcia Lorca.
Con el segundo hizo una corta estancia en Londres y en Italia, y estuvo más de un año en París, alargando todo lo que pudo el dinero de que disponía.
Tal como le fueron las cosas en París es muy posible que si se hubiera quedado se habría podido abrir camino, pero a él le tiraba Barcelona y no la vida bohemia.
Volvió a casa, abrió un estudio en la calle Gerona, y soportado económicamente por los padres se dedicó, ya para siempre, únicamente a pintar, a abrirse camino como profesional.
Ramon Calsina es un artista que no ha estado nunca de moda.
No es que se haya escondido. Su trayectoria de 60 años pintando ha transcurrido en Barcelona, donde ha ido haciendo exposiciones con regularidad.
Se podría decir que si no ha tenido un mayor reconocimiento es porque su obra no se lo merecía. Pero se da el caso de que tenemos recopiladas todas las críticas que le han hecho en el transcurso de su vida profesional, que él había ido guardando, y realmente su lectura es impresionante. Naturalmente no todas son favorables, porque había críticos que lo consideraban demasiado osado, pero todos ellos son unánimes al destacar su fuerza y personalidad, y un dominio del oficio de primer orden. La inmensa mayoría lo considera un pintor y dibujante de primera línea.
Incluso en el año que pasó en París con una beca, cuando presentaba alguna obra en salones o certámenes colectivos, siempre llamaba la atención de los críticos más prestigiosos del momento, los cuales hacían mención de aquel original y desconocido artista.
A parte de los críticos especializados hay grandes entusiastas de Calsina entre los escritores y poetas, que van más allá de las cuestiones técnicas y entran con su sensibilidad en el mundo que el artista les muestra y explican la admiración que sienten por el hombre íntegro y de convicciones profundas.
La lista no es en absoluto desdeñable. Entre los que han escrito páginas magníficas y los que firmaron en 1984 un escrito reivindicando su figura, se pueden citar: Joan Oliver, Avel·lí Artís Gener, Pere Calders, Joan Triadú, Joan Perucho, Pilar Rahola, Josep M. Espinàs, Gerard Vergés, Salvador Espriu, Manuel de Pedrolo, M. Antònia Oliver, Jaume Fuster, Josep M. Ainaud de Lasarte, Enric Jardí, Xavier Benguerel, Jordi Sarsanedas, Nestor Lujan, Sempronio, Joan Teixidó, Josep M. Cadena...
Entre todos estos nombres de un gran peso en la cultura de nuestro país, sino me he equivocado, hay siete Premios de Honor de las Letras Catalanas.
Creo que es un aval extraordinario, no se puede pedir más y, en cambio, toda la vida hemos tenido que oir lo mismo, que Calsina no ha sido nunca suficientemente conocido y valorado. Estamos de acuerdo en que en las artes plásticas hay una parte que es un negocio, pero lo que no es correcto es que este negocio se coma la parte artística. Que llegue a dominar, también, el dinero de las administraciones y que haga invisible lo que debería ser visible.
Cuando Calsina empezó a pintar ya habían aparecido las vanguardias con el deseo de remover un arte que estaba en decadencia y lo hacían destruyéndolo. Él era otra cosa, era innovador, diferente, pero a partir de los principios del arte de todos los tiempos, el oficio, la composición, la forma, el color, y explicar alguna historia que sea comprensible para todos.
Cuando se hizo la primera gran exposición individual de Ramón Calsina, el año 1933 en la sala Parés, causó un gran revuelo. Su obra era diferente y produjo grandes elogios y también rechazo, pero quedó claro que esa libertad creativa estaba fundamentada sobre un gran dominio del oficio.
El gran dibujante Ricard Opisso dijo, gritando en medio de la sala: "esto es pintura!" Fue una satisfacción para Calsina. Como también lo fue la cena que le organizaron sus amigos y gente del oficio, para celebrar el éxito de la exposición.
A partir de entonces empezó a contar en el mundo cultural, pero duró poco, ya que desgraciadamente la guerra civil lo cambió todo. Con la derrota huyó a Francia, como lo hizo toda la intelectualidad. Él era del sindicato de pintores y tenía mucha relación con el de escritores, con Joan Oliver, Trabal, Soldevila, con Xavier Benguerel y muchos otros. Había hecho carteles a favor de los sindicatos, había enviado cuadros para una exposición para las víctimas del fascismo, había firmado manifiestos a favor de la República, etc.
Pero cuando se encontró en Francia, ante la perspectiva de un exilio, decidió jugársela y regresar. Pasó unos meses en la plaza de toros de Vitoria, hasta que le consiguieron un aval y volvió a Barcelona, que en aquellos momentos era un desierto cultural terrible, donde no quedaba casi nadie de la intelectualidad y la que había, había venido con las tropas de Franco.
Con el miedo de que alguien lo denunciara se cerró en su estudio a trabajar y, cuando finalmente mostró su trabajo, un crítico de Solidaridad Nacional escribió un ataque demoledor: "si en mi mano estuviera, prohibiría el uso de los pinceles a Calsina..." Reconocía, eso si, su dominio del oficio, pero su visión era demasiado crítica y no se correspondía con el mundo idílico que se acababa de empezar con el Movimiento. Para ellos era demasiado moderno y demasiado original.
Le expulsaron del Círculo Artístico. Tuvieron la desfachatez de expulsarlo como profesor en la Llotja, donde había estado 7 años dando clases nocturnas a estudiantes trabajadores, sin cobrar porque era algo nuevo, mientras se esperaba una partida de dinero que no llegó nunca.
Con este panorama se dedicó a su trabajo encerrado en su taller, trabajando mucho, primero forzado por las circunstancias, pero su trabajo le gustaba demasiado y le costaba abandonarlo. Si por algo estaba negado era para hacer de vendedor. Los puestos de promoción, los contactos interesados y tener que ser diplomático eran cosas incompatibles con su forma de ser, hasta el punto que a veces desanimaban a quienes querían hacer algo para ayudarle.
Prefería, cuando ya no había luz natural en el estudio, ir a ver a sus amigos haciendo largas caminatas por la ciudad.
El ambiente de las artes plásticas fue tomando unos derroteros muy alejados de lo que él entendía, y sólo faltaba que cuando se le preguntaba por ello, sin manías, soltaba todo lo que pensaba. Y fue adquiriendo una fama de solitario malhumorado, que no tenía nada que ver con la realidad. Simplemente ocurrió que lo que pasó a llamarse artes plásticas se movía en otra dirección a la que él llevaba.
Ramon Calsina no estuvo nunca de moda. A mí en ciertos aspectos me recuerda al filósofo danés del siglo XIX Søren Kierkegaard. Kierkegaard fue un perfecto desconocido más allá de su Copenhagen, y se enfrentó al gran Hegel que sostenía que la sociedad era el bien superior, el ideal, que estaba por encima de la individualidad.
La sociedad es siempre complementaria del individuo, y debe ser compatible con él, no debe nunca anularlo o destruirlo.
La sociedad sólo puede llegar a ser perfecta a partir de la plenitud de las individualidades, de una unión de hombres libres.
Pero esta preponderancia de la sociedad sobre el individuo puede acabar siendo una dictadura de quien se invente una sociedad perfecta y la imponga. Y eso fue lo que hicieron, más que Hegel, sus seguidores; con la excusa de crear una sociedad perfecta, anularon al individuo y su libertad, y de eso pasaron a la locura de que el fin justifica los medios, llegándose a las terribles dictaduras del fascismo y del comunismo.
Y en el momento actual se construyen, en el primer mundo, no a partir de la fuerza, pero si con el inmenso poder de la comunicación, ideales falsos, vacíos de contenido, personajes esperpénticos que son impuestos. Pero para ello se anula la individualidad responsable, la capacidad de discernir.
Y eso es culpa de quien lo fabrica, pero sobre todo, de quien se deja, porque ahora ya no se hace a punta de pistola.
No nos podemos quedar sin ejercer una individualidad responsable, porque si se tienen valores y convicciones propias y sólidas, se buscarán referentes con pleno significado.
Kierkegaard defendía la individualidad, el alma libre y responsable de sus actos. Para él la vida era un diálogo constante con Dios a través de la conciencia. Según él no se puede construir nada sino es a partir de la individualidad y de la exigencia de buscar la excelencia, de hacer el bien, de buscar la perfección.
Søren Kierkegaard quedó prácticamente olvidado durante mucho tiempo, pero su individualidad responsable parece un remedio adecuado a los problemas que tiene planteados nuestro mundo.
Encuentro un cierto paralelismo con Ramon Calsina. Su compromiso con el arte, sin concesiones, ni atajos tramposos, hizo que fuera un artista que no estuvo nunca de moda, pero fue completamente libre desde la primera pincelada a la última. Y ahora, en un tiempo carente de referentes sólidos, puede ser útil conocerlo.
Quisiera hablar de Pau Casals. Un motivo es que nos encontramos en el Vendrell, su lugar de origen, pero sobre todo porque él es el mejor testimonio que conozco de lo que se puede hacer cuando se cree profundamente en una cosa. De como una individualidad responsable puede convertirse en una poderosa fuerza espiritual.
De muy joven leí el libro "Conversaciones con Pau Casals" de Josep M. Corredor. Es uno de los libros que me ha impactado más en mi vida y que he leído, total o parcialmente, muchas veces. Me parece que está descatalogado, al igual que el disco de "El Pessebre".
Creo que "El Pesebre" debería tocarse cada año como una tradición, y que para todos los jóvenes de Cataluña las "Conversaciones con Pau Casals" debería ser un libro de lectura obligada.
Pau Casals ha sido el catalán más universal, el músico de referencia en todo el mundo durante un siglo. Un artista extraordinario y un hombre extraordinario. Ahora lo que quiero resaltar es la conexión que hay en él entre la sensibilidad artística y la sensibilidad moral. Ambas cosas se convierten en Pau Casals en una sola. El arte, en su máxima expresión, es un puente hacia la perfección, ventanas hacia el bien, caminos hacia el infinito. La trayectoria de Pau Casals para mí es el compromiso total, el compromiso con Dios.
He querido poner juntos a los tres porque, cada uno en su medida y dentro de la maravillosa variedad de los espíritus, tienen en común el compromiso y la responsabilidad individual.
Yo creo que una vida satisfactoria y relativamente completa consiste en haberte podido construir tu propia vida. Para poder hacer esto tienes que saber encontrar un objetivo y tener la fuerza y la voluntad para ir venciendo las dificultades que inevitablemente se presentan, y también tener convicciones y una conciencia potente para no perder de vista este objetivo.
Y no tiene porque ser un objetivo vistoso, heroico, espectacular. La mayoría de las veces son objetivos que no se hacen notar, pero que siempre aportan algo al entorno y a uno mismo, a la aspiración de ser mejores.
En este aspecto nuestro padre se puede decir que tuvo una vida completa porque consiguió un objetivo que parece que tenía claro desde que nació: crear una obra artística importante que hace percibir a los que se acercan a ella lo que él siente, lo que quiere explicar, su forma de entender la vida.
Pero no pretendo, de ninguna manera, dar a entender que fuera un hombre perfecto. No quiero dar la sensación de que lo idealizo. Hemos vivido suficientes años a su lado para darnos cuenta de que no era perfecto.
El alma humana, decía Tomás de Aquino y también Edith Stein, es Potencia que se va convirtiendo en Acto. Cada uno de nosotros tiene en su interior un potencial de posibilidades enormes y de infinidad de caminos que necesitan un tiempo mucho más amplio que el estrecho margen de esta vida para poder desarrollarlos.
Se me ocurre pensar que somos como un diamante y que tenemos que ir trabajando, puliendo cada una de las caras, hasta ser una pieza perfecta. La idea de perfección creo que daría sentido a las incomodidades y a la dureza del camino. Y, además, algo deberemos hacer para no aburrirnos durante toda la eternidad...
Nuestro padre se encontraba demasiado entregado a su trabajo, a construir su objetivo, para poderse dedicar con suficiente intensidad a otras cosas. Y así fue como se encontró con más de cuarenta años, solo y sin haber resuelto en su interior el entramado de un mundo injusto que no entendía.
La vida era como un cuadro mal formado y mal resuelto. La arbitrariedad en el nacimiento: unos lo tienen todo y otros no tienen nada. No entendía un Dios que crea sus hijos tan diferentes y que los deja a medio hacer.
Su demanda era simple pero contundente. Era capaz de aplicar su fuerza de voluntad a una fe, pero esta debía sustentarse en una explicación que diera satisfacción a su sensibilidad moral. Necesitaba ver detrás de todo, como artista que era, una belleza profunda y perfecta, un Dios que fuera el artífice de una Armonía Universal.
En esta etapa de su vida conoció a Ramon Berni, que era, siguiendo la imagen que he usado antes, un diamante que había nacido con muchas caras pulidas y acabadas. De la mano de su amigo Ramon Berni encontró respuesta a muchas de sus preguntas.
Su amigo le mostró un Dios muy grande, y un marco amplio donde la Justicia de Dios toma sentido, donde puede ser posible que el Amor Universal de Jesús pueda ser la meta y el camino.
Todo aquello le permitió atar cabos y expresar con su pintura, y también con palabras, el convencimiento de un futuro con sentido.
El otro paso que dio, muy importante, fue el crear una familia.
Sabía que detrás de su obsesión había dejado de lado otras responsabilidades, como era formar una familia y, consecuente con su nueva manera de pensar, sintió la necesidad de hacerlo. De acuerdo con su forma de actuar, cuando tomaba una decisión en firme, pronto se presento una oportunidad favorable.
Un domingo se organizó una fiesta en su estudio, con baile, galletas y vino moscatel. Él tenía 44 años, y una chica y su madre llevaron a una amiga, Rosa, una bonita joven de 22 años que trabajaba de criada. Ella misma ha escrito, en un entrañable texto, aquel momento: "Mi impresión es que era como si estuviera triste, llevaba un traje de Gales, y estaba sentado en ese cajón que tiene un agujero en medio y que aún conservamos. Yo llevaba una blusa blanca y una falda muy sencilla, y mi cabellera."
Lo cierto es que Calsina, si estaba triste, se reavivó pronto, porque al cabo de cuatro meses se casaron, y para que no haya malos entendidos diré que yo nací justo un año después de la boda.
Nuestra madre fue fundamental en su vida. Era, y es, una mujer directa, sencilla, pero con empuje, con una gran afición a leer y a aprender. Pero la vida, como decíamos, la llevó por un camino duro y no muy lucido.
Tomó la decisión de casarse con un hombre que le doblaba la edad. Afrontó con fuerza y gran naturalidad las carencias en el día a día de un marido con la vida ya hecha que se escapaba, tanto como podía, hacia su estudio a trabajar.
Aceptó con decisión las carencias de una economía precaria y, además, irregular, y aplicó mucho esfuerzo e ingenio para sacar adelante a su familia.
Se sentía orgullosa de lo que hacía su marido y entendía con naturalidad que era como debía ser, que hacía lo que tenía que hacer, porque no podía hacer otra cosa, aunque fuera contra corriente.
Nuestro padre le debe mucho. Ella hizo posible que Calsina tuviera una familia, que se enriqueciera humanamente con las responsabilidades y los sentimientos que conllevan una mujer, unos hijos y unos abuelos. Hizo posible que pudiera crear unos lazos que se fueron ramificado y que todavía duran, y todo ello sin tener que desviarse de pintar de la manera que quería. Todo lo contrario, potenciandolo.
Con nuestra mirada de hijos sabemos que ella también se ha construido su vida y que debe sentirse satisfecha de los objetivos que ha conseguido. Nuestro padre lo ha dicho muchas veces, que sin ella no habría hecho lo que hizo, los resultados no habrían sido los mismos.
He intentado, a base de pinceladas, quizá demasiado desligadas, hacer una aproximación de cómo era nuestro padre, sus circunstancias, de cómo pensaba.
Ha sido una oportunidad que agradezco, y esperamos seguir teniendo otras y hacerlo cada vez mejor.
Pero finalmente quisiera que esta exposición de 50 obras de Ramon Calsina sirviera para desterrar un complejo de inferioridad que se ha extendido entre los aficionados a acudir a las exposiciones, a contemplar obras de arte, y es la idea de que no se entiende.
La mayor satisfacción que tengo, al moverme entre la obra de Ramon Calsina, es que cuando alguien la contempla u hojea su libro monográfico, ves como se entusiasma, que vibra con lo que ve. Por eso me molesta si alguien, después te suelta la frase: "yo no entiendo...", pero a continuación te explica qué le dice lo que ha visto, de una manera fantástica, maravillosa.
Yo les quiero decir a quienes actúan así: Acercaros a estos cuadros y dibujos que se exponen aquí abajo sin miedo, sin ningún complejo. Concentraros en mirar, a ver qué os sugiere, y dejaros llevar por cada una de las historias. Lo que sentís es vuestro, seréis vosotros quienes sentireis, y no necesitais a nadie. Nadie os debe decir lo que teneis que sentir, ni os debe dar a entender que estais incapacitados para sentir y que necesitais que os lleven de la mano.
Este concentrarse en mirar sí que requiere un aprendizaje, que empezará a partir de una afición, de un deseo que se convierte en necesidad, y que al ir practicandolo hará posible subir de nivel la sensibilidad, y para eso sí que hay quien puede ayudar . Pero es uno mismo quien debe sentir, no se necesita que ningún iluminado venga a decirte que no sientes nada porque eres burro y, encima, te suelta un incomprensible y adormecedor discurso.
Cuando no se siente nada ante según qué cosas, hay que pensar en la posibilidad de que aquello no diga nada. Las cosas, en el Arte, quizás son mucho más sencillas de lo que nos quieren hacer creer.
Les agradezco de todo corazón que hayan venido a escuchar esta charla y me gustaría que, a partir de hoy, Ramon Calsina sea un lazo que nos una a todos nosotros de alguna manera.
Muchas gracias.