1901. Ramon Calsina nació el día 26 de Febrero de 1901 en Barcelona. Sus padres tenían una panadería y la vivienda en una casa de la calle Castanys, frente del Mercado de la Unión, y detrás del Casino de la Alianza. Era el centro mismo del Poblenou, un pueblo recién anexionado a la gran Barcelona y que se había convertido, como consecuencia de la industrialización de Cataluña, en una concentración de fábricas, y por tanto en un barrio obrero, que tenía muchas inquietudes sociales, culturales y espirituales, y, también, lleno de conflictos de todo orden.

El pequeño Ramon quedó marcado para siempre por aquel ambiente dinámico, duro y con tanta personalidad. Su sensibilidad se fue impregnando de las imágenes de aquel mundo.

1913. Siendo ya muy pequeño mostró su inclinación como algo muy natural: “Yo nací dibujando de la misma manera que otro nace jorobado”, decía. Papel que caía en sus manos, papel que llenaba de garabatos, y esta fue siempre su gracia delante de familiares y conocidos.

A los 12 años empezó en la Academia Baixes de dibujo, hasta que a los 14 años ya tuvo la edad para entrar en LLotja, la Escuela de Bellas Artes, por la noche, y durante el día trabajaba en Casa Espinagosa, donde hacían vidrieras artísticas.

1923. Finalizado el servicio militar, y después de trabajar unos meses en el negocio familiar, la panadería, decidió que si quería ser artista, su dedicación debía ser total. Seguía yendo a LLotja a clases puntuales, al tiempo que intentaba abrirse camino en el mundo del arte. Montó un estudio en la calle Girona, con su amigo el pintor Miquel Farré i Albages.

1929. El año de la Exposición Internacional en Barcelona, su compañero Miquel Farré ganó el primer premio de la Beca Amigó Cuyás de ámbito nacional. El segundo premio fue para él, los dos premios con dotación económica. Estuvieron unos cuantos meses viajando por España: Madrid, Sevilla, Granada. En esta última ciudad, tuvieron relación con los músicos Falla y Arbós, y también conocieron a García Lorca.

1932. Este año, Ramon Calsina ganó, él solo, la misma beca, pero en la categoría internacional, para ir a París. Contrariado por tener que marchar solo, fue con su amigo Farré, compartiendo el importe del premio. La estancia en París fue de un año y medio, estirando tanto como se pudo el dinero, resultando muy provechosa. Trabajó mucho y se presentó a diferentes exposiciones, entre ellas a la Societé Nationale de Beauxs Arts , el Salon des Humoristes i el Salon des Superindependents . También le publicaron dibujos en la revista alemana Ders Quersnit. Su estilo tan personal llamaba la atención de los críticos y, seguramente, se habría abierto camino en París, pero él prefirió volver a casa.

 

 

1934. Ramon Calsina presentaba sus obras allí donde podía, pero en el año 1934 realizó su primera exposición individual en la Sala Parés de Barcelona, con 47 pinturas y 17 dibujos. Esta exposición fue un acontecimiento, tuvo mucho eco y la mayoría de las críticas fueron muy buenas; algunas no, porque lo encontraban demasiado cáustico, pero todos estaban de acuerdo en destacar un magnífico oficio.

Fue muy celebrado entre los intelectuales, sobre todo entre los escritores, donde ha tenido siempre los mayores entusiastas. Realizó los decorados y los carteles de las obras de teatro Fam, de Joan Oliver y El casament de la Xela, de Xavier Benguerel. Pero desgraciadamente aquel buen momento duró poco porque llegó la Guerra Civil.

Desde el año 1932 al 1939, hizo de profesor en la Escuela de Bellas Artes, donde él estudió tantos años. Eran unas clases nocturnas para los trabajadores, y los mismos alumnos lo escogieron. Eran unas clases sin presupuesto y esperando que éste se asignara, pasó siete años sin cobrar.

1939. Con la derrota de la República se produjo el exilio que dejó a Catalunya sin intelectuales. Ramon Calsina también pasó a Francia, pero al cabo de pocos días, frente a la posibilidad de un largo exilio, decidió jugársela y volver. Pasó unos meses en la plaza de toros de Vitoria, convertida en campo de concentración, hasta que consiguió volver a casa.

Empezó entonces una etapa muy difícil con todos sus avaladores lejos del país y en un ambiente que le era hostil. Se encerró en su estudio a trabajar, preparando la exposición de cada año y manteniéndose al margen de todas las corrientes artísticas que se iban imponiendo. No era en absoluto insociable, lo que pasaba es que le gustaba mucho su trabajo, le dedicaba todo el tiempo posible, y era incapaz de moverse en ambientes comerciales, además, con una manera de entender el hecho artístico que no compartía en absoluto.

1945. Se casó mayor, 44 años, con Rosa Garcés que tenía 22 años, y tuvieron tres hijos. La situación económica de un artista pintor tan independiente era muy apurada y esta fue la causa principal de que diera el paso de casarse tan tarde. Pero encontró una mujer con mucho empuje, que tenía fe en él y compartía su tozudez, y la entereza con que ella afrontó la situación, le permitió seguir haciendo lo que creía, a pesar de los inconvenientes que esto le representaba.

Se dedicó a la litografía y realizó un libro con 30 litografías sobre diversos temas, comentadas por él mismo. En colaboración con la Editorial l’Ossa Menor de Barcelona, editó un libro de litografías del Quijote, y planchas sobre temas de toros, tratados de una forma poco convencional.

1957. La exposición de aquel año en la Galería Syra fue importante. Un grupo de amigos y de entidades culturales aprovecharon para rendirle un homenaje y, entre unas cuantas iniciativas, se hizo una suscripción para comprar un magnífico óleo, que lo donaron al Museo de Arte Moderno de Catalunya.

Aprovechando el relativo éxito económico de la exposición, los meses de junio y julio de este año, Ramon Calsina vino con la familia a Menorca, al pueblo pescador de Fornells. Fue una etapa magnífica para toda la familia. Pintó 18 óleos que fueron expuestos, antes de partir de vuelta a Barcelona, en la casa donde vivían, en la calle del Mar, número 5, y todo el pueblo desfiló por la improvisada exposición.

 

 

1965. Aquel año fue un punto de inflexión en la vida del artista. El propietario de Muebles La Fábrica, Estrada Saladich, se convirtió en un mecenas del arte y se dedicó a adquirir cuadros con la idea de crear un museo propio. Uno de sus artistas preferidos era Ramon Calsina y le compró una buena cantidad de óleos por un millón de pesetas. Además, le organizó una exposición de dibujos y una conferencia. Le concedieron, también, el prestigioso premio Inglada Guillot, de dibujo. Todo ello coincidió con una época de bonanza económica del país, y también para los bolsillos de sus admiradores. A partir de este momento la situación familiar mejoró; sus necesidades siempre habían sido mínimas, esto no cambió, pero pudo desentenderse para siempre de las obligadas exigencias económicas de una familia, y esto fue una liberación.

Realizó unas grandes vidrieras artísticas para la Iglesia de Sant Esteve, de Granollers. Unas vidrieras grabadas a la arena sobre los oficios para el Banco Transatlántico de Barcelona. Una de sus grandes ilusiones pudo ser cumplida, ilustró el Quijote y los cuentos de Edgar Allan Poe, para Ediciones Nauta.

1984. Calsina ha tenido siempre un público fiel y entusiasta, pero un escaso reconocimiento oficial; esto no cambió nunca, aparte de unos momentos puntuales. En cambio, si se repasa lo que se ha escrito sobre él, tiene una entidad considerable, existe una unanimidad en muchos aspectos: un oficio extraordinario que le permite la total libertad para expresar una personalidad exuberante; reconocimiento a su integridad, a ser fiel a una convicciones delante de unas modas cambiantes hasta el absurdo; admiración frente a una actitud moral que pone por encima de todo unos principios transcendentes.

En el año 1984, esta admiración afloró y un numeroso grupo de poetas, escritores, artistas e intelectuales, encabezados por el entrañable Avel·lí Artís Gener “Tisner”, hicieron una llamada que fue el punto de partida para que la desaparecida Caixa d’Estalvis de Barcelona, con la colaboración de la Generalitat de Catalunya, organizara una exposición antológica en una sala de esta Caixa, en el Passeig de Gràcia de Barcelona. Entre los firmantes de esta carta, escrita por Pere Calders, había media docena de Premios de Honor de las Letras Catalanas.

1990. Ramon Calsina no tenía libro monográfico sobre su obra. Como siempre lo había deseado, decidió, con sus propios medios y la colaboración familiar, ponerse a la tarea. El resultado fue extraordinario, ya que el libro está muy bien resuelto, pero sobre todo, y, naturalmente, por su contenido. Es una carta de presentación magnífica, ya que quien no haya oído hablar nunca de Calsina, se puede hacer cargo de quién es sin demasiadas palabras.

1992. Ramon Calsina tuvo siempre una salud envidiable y una gran vitalidad que le permitieron trabajar hasta poco antes de su traspaso. Fueron 60 años de dedicación a su pasión: “Pinto porqué me gusta, me gusta mucho. Creo que es un don de Dios. Pinto cada día, ya le digo que disfruto con este trabajo, porqué es un trabajo de verdad, se ha de poner esfuerzo, y, más aún, el fuego que hay dentro de cada uno. Esto es muy personal”. Esto se lo decía a un periodista unos meses antes de dejar este mundo. Y lo hizo con plena conciencia del paso que iba a dar. Fue el 26 de noviembre de 1992.

Había realizado una última exposición en enero, con la obra pintada el año anterior, y su única protesta fue a partir de aquel verano, cuando se dio cuenta de que ya no podía pintar.

A Ramon Calsina lo podemos definir como el pintor que no estuvo nunca de moda. Y, en cambio, la contemplación de su obra no suele dejar indiferente. Posiblemente las modas en arte obedecen a intereses alejados de la finalidad última del Arte, que es, ciertamente, el diálogo íntimo del espectador con cada obra.

 

 

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