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A veces nos acusan de olvidadizos, a menudo de distraídos y, lo que es peor, de desagradecidos o autodestructivos. Todo ello es grave y no hay duda que son factores que nos alejan del reencuentro de nuestra identidad. Son lujos que no nos podemos permitir si no queremos correr el riesgo de desaparecer.
Seguramente donde fallamos más es en la valoración justa y a tiempo de nuestra gente que ha trabajado con más tenacidad y más acierto para sobrevivir como pueblo con una cultura viva. Uno de estos hombres es Ramon Calsina, pintor hasta el fondo de su alma, con una fidelidad a lo que él entiende como un arte profundo que lo ha hecho impermeable a los oportunismos y a las modas. Unas modas que han sido insólitamente rentables para los que se han dejado llevar, con frecuencia, sin demasiadas manías.
Ramón Calsina tiene una poderosa personalidad. Pero ha sido un mal vendedor de sí mismo, porque tenía otro trabajo. O quizás le ha faltado que se produjera un boom como el de la literatura hispanoamericana que nos ha hecho descubrir que, además del realismo o de la pura abstracción, existe una poesía que va más allá de las simples figuraciones. En serio: ¿No sentiríamos vergüenza que, de golpe, artistas de ultramar o de otros continentes nos hicieran dar cuenta que tenemos a alguien que, desde hace muchos años, cultiva en pintura un realismo mágico sumamente interesante?
Los abajo firmantes consideramos que es necesario homenajear a Ramón Calsina, en un acto de público reconocimiento de su obra. No tan solo para él mismo, que ha demostrado con una obstinación admirable que sabe lo que quiere y lo ha realizado, sino como un acto de justicia que nos debemos. Creemos que una exposición antológica de su obra contribuiría a situar, en el lugar que le corresponde, un altísimo valor sin el cual la historia del arte catalán quedaría incompleta. Proponemos, además de hacerlo en seguida, porque los proyectos que se dilatan demasiado se diluyen y, a veces, no pasan de la etapa de las buenas intenciones.