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Meses atrás, desde las páginas de “El Món”, Joan Oliver reivindicaba la gran figura, ingratamente olvidada, de Ramón Calsina. Ahora, desde esta sección, una de las primeras cosas que me apresuro a hacer es unirme a este acto de justicia solicitado por la voz del poeta.
Ramón Calsina ha sido un gran silencioso. Ha trabajado tenazmente y en silencio, sin propaganda. Desde el principio, es evidente su disconformidad con muchas cosas de la naturaleza humana. Como los grandes moralistas del pasado, nos ha ofrecido el repertorio de los siete pecados capitales y los ha puesto en evidencia con sarcasmo y un sentido de lo grotesco muy peculiar. A veces, la sátira llegaba a ser feroz y sangrante, estructurada por un dibujo implacable y una coloración taciturna y sombría, originalísima. Ha existido siempre un punto de delirio surrealista en su obra, un surrealismo personal y que no tiene nada que ver con el surrealismo oficialmente admitido: niños de mantillas que transportan su candidez volando por los dormitorios, orejas creciendo con insidia monstruosa, enormes panes enmarcados, como magníficas obras de arte, en la pared. Siempre, por encima de los tejados, aparece la Torre de las Aguas y el mar azul que baña el Poble-nou. He aquí el mundo humilde de los pobres. Un mundo así que fustiga, no ha sido nunca un mundo cómodo, confortable para los ”happy few”.
Calsina ha llegado a la edad de los máximos honores civiles; la edad en que nuestra tradición catalana, inseparable de la antigüedad clásica, griega y romana, consideraba depositaria de la grandeza de alma, advirtiendo que la grandeza de un alma es desnuda, luminosa y viril. Seamos consecuentes con esta tradición senatorial y, en la hora presente de las recuperaciones nacionales, demos a Ramón Calsina el honor civil que se merece y que todos nosotros le debemos.
Como hacía Joan Oliver, yo me atrevería a pedir a los órganos de nuestra política cultural un homenaje a Ramón Calsina y una gran exposición retrospectiva de su obra. Lo pido también a estas grandes instituciones culturales que son, en la actualidad, nuestras Cajas de Ahorro. Una buena exposición retrospectiva de Ramón Calsina sería para muchos –no tengo ninguna duda- una sorprendente, auténtica revelación.