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El cielo es de un rosa proletario. La calle aparece nevada, cubierta de una nieve urbana y sucia. Y, en medio de la calle, hay un joven agonizando o muerto -¡qué más da!- y una mujer que se le acerca. Más lejos, se ve otra mujer con una cesta. Las dos mujeres van tocadas con dos pañuelos negros de campesinas. Las faldas largas hasta los pies. Son mujeres robustas, antiguas, de otro tiempo. Hace frío, un frío inclemente de suburbio. En primer término veo una máscara de cartón y unos libros y una barra de pan que cruje y es dorada. Yo soy un niño y ando sobre la nieve, los pies helados, helado el aliento, muy abiertos los ojos azules. Esto es un sueño. Esto es, también, un cuadro de Ramón Calsina.
Erróneamente se ha hablado del surrealismo de Calsina, cuando Calsina, -en cualquier caso- es un pintor onírico. Soy de la opinión -y puede que me equivoque- que, de todos los pintores surrealistas conocidos, tan solo el belga Paul Delvaux es también un pintor onírico. Me explicaré: Magritte pinta sutiles efectos ópticos, Max Ernst inventa mundos imposibles, Chirico se evade hacia la metafísica, Oscar Domínguez transcribe sobre la tela obscuros poemas, Dalí pinta y repinta Leonardo entre largas sombras de crepúsculo… pero sólo Calsina y Delvaux crean un clima inquietante, un paisaje para los sueños, utilizando el realismo más desgarrador. Diré más: Delvaux pinta eróticos sueños de juventud; Calsina pinta irredentos sueños de la infancia. En las telas del primero siempre hay mujeres desnudas; en las del segundo siempre hay niños indefensos. Los frágiles chiquillos de Calsina se pierden entre adultos macizos (el recuerdo de Daumier al fondo) y escenarios realizados con una sabiduría absoluta. Quiero decir –y vamos a la técnica de Calsina- que sus obras tienen la calidad cromática de las telas de museo, aquella pátina indefinible que hace eternos los colores, aquel sentido de la composición y de los volúmenes, aquel equilibrio de los elementos indiscutibles. Un cuadro de Calsina siempre se aguanta de pié. Un cuadro de Calsina desafía el tiempo y la mirada.
Pero Magritte, Ernst, Chirico, Domínguez, Dalí y Delvaux se cuantifiquen en dólares, mientras que las obras de Calsina se malvenden en pesetas devaluadas. Y todavía más: de muchos pintores internacionales, absolutamente mediocres, hay multitud de publicaciones y opúsculos; pero Calsina (que ha cumplido 86 años) no tiene ni un solo libro sobre su obra. La mayoría de nuestros intelectuales lo admiran: pero falta un estudio, generoso y profundo, sobre su pintura. Preguntaréis: ¿cómo es esto posible? Esto es posible (y el mismo Calsina lo ha dicho) porque el mundo del arte es una mafia de intereses y de marchantes. Pongo unos ejemplos: Gersaint en tiempos de Watteau, Goupil en tiempos de Fortuny, Vollard en tiempos de Picasso. Además, en pintura, haya un eje París-Nueva York que es el único de cuenta. Y no es que Cataluña, en este aspecto sea tercermundista; es que ni tan solo está en el mundo. Aparte de aquellos que se han consagrado fuera de nuestra tierra, el testo de artistas catalanes naufragan en el más puro y oceánico silencio. Y nuestros pintores más ilustres –el desdichado Calsina entre ellos- son tan anónimos como los autores de la fauna de Altamira, o de los vitrales de Reims, o de los mosaicos de Ravenna, o de las esculturas de la isla de Pascua.
No simplifico ni exagero.