Una ventolera imprevisible y fría apartaba los gases de los coches que se agolpaban en bloques ante el semáforo de la calle Comtal. Francesc Espriu, el amigo pintor, llegó puntual. Al fondo de la Via Laietana, la frágil silueta de las grúas del puerto se diluía lentamente en la luz grisácea de la tarde. Habíamos quedado en ir a ver Ramon Calsina al atardecer, para no interrumpirle el trabajo: «Mientras tiene luz, pinta», me había explicado Espriu... (más)
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