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Si los designios del Señor son inescrutables, también lo son –al menos para mi- los mecanismos por los cuales un artista triunfa. O no triunfa. Me refiero al triunfo en vida, porqué yo creo que a la larga siempre hay justicia. Llega un momento –aunque haya pasado un siglo- que un pintor que era bueno es considerado efectivamente bueno.
Pero es evidente que en la valoración del arte no tan solo cuenta la calidad sino también las circunstancias de la época, la moda, la personalidad humana del artista, toda una serie de factores que influyen en la visión que de un pintor, de un escultor, de un arquitecto, de cualquier artista plástico tienen sus contemporáneos.
No se puede decir que Ramon Calsina haya sido un pintor “maldito”. Ha obtenido premios y prácticamente cada año ha realizado una exposición durante más de medio siglo. Ha estado presente, pues, en nuestro panorama artístico. Pero algo ha pasado porqué los críticos más exigentes, precisamente, se dieran cuenta de su importancia y para que su nombre no se añadiera a los de la fama más publicitariamente reconocida.
No conozco personalmente este pintor que, con ochenta y tres años, ve como se le ha organizado en la sala de la Caixa de Barcelona una exposición de homenaje que es, en mi modesta opinión, uno de los más grandes y sorprendentes acontecimientos culturales del año. ¿Es que el carácter de Calsina no le ha llevado a “promocionarse”? Posiblemente. ¿Es que las características de su pintura inquietaba a la gente de criterios más inmovilistas? ¡No me extrañaría nada! Enric Jardí insinúa que “la mezcla de realismo con fantasía también le ha restado clientela para sus cuadros”. El mismo artista ha reconocido que muchos posibles compradores, justo en el momento de decidirse, se han echado atrás desconcertados por la combinación de componentes de una obra que, en el fondo, no entendían. Y, posiblemente, además, no haya tenido aquella dosis suficiente de lo que llamamos “suerte”. Jardí explica el caso de aquel visitante de una de sus exposiciones en Madrid que compareció en la sala poco antes de la clausura dispuesto a adquirir una de las telas por las cuales había manifestado su entusiasmo, y que en el momento de “hacer el gesto” comprobó, asustado, que por el camino le habían robado la cartera…
Dejémoslo así. Lo que cuenta, ahora, es que aunque sea un poco tarde, hemos podido decir a Calsina lo mismo que ya nos decían hace tiempo sus obras: que es uno de los pintores catalanes más importantes de este siglo. ¡Qué oficio, qué ironía, qué humanismo poético disfrazado por lo grotesco, hay en sus pinturas y en sus dibujos! ¡Qué “moderno” es este Calsina de siempre, tantos años fiel a sí mismo!
Seguramente era necesario desengañarse de los “ismos” sucesivos para descubrir la original y permanente solidez de Calsina. Celebremos que una tela cegadora nos haya caído de los ojos.