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Zeneida Sardà

Serra d'or

Marzo de 1987

El placer de crear con honradez

Críticas
Libro
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RAMON CALSINA

El placer de crear con honradez

por Zeneida Sardà

 

Una ventolera imprevisible y fría apartaba los gases de los coches que se agolpaban en bloques ante el semáforo de la calle Comtal. Francesc Espriu, el amigo pintor, llegó puntual. Al fondo de la Via Laietana, la frágil silueta de las grúas del puerto se diluía lentamente en la luz grisácea de la tarde. Habíamos quedado en ir a ver Ramon Calsina al atardecer, para no interrumpirle el trabajo: «Mientras tiene luz, pinta», me había explicado Espriu.

Me preguntaba con cierto temor como nos recibiría aquel pintor de ochenta años que, según algunos de sus amigos, es retraído y tímido y no le gusta, ni poco ni mucho, la vida de cara al exterior. Antes de irle a ver había hablado con conocidos y amigos suyos, y estuve visitando galerías donde él había expuesto: un velo de misterio difuminaba su persona. Todo el mundo coincidía en que era un gran pintor, pero me resultaba difícil documentarme. Busqué críticas, reseñas que me orientaran. En la colección "Maestros actuales de la pintura y la escultura catalanas", de la Gran Enciclopedia Vasca, que recoge más de setenta artistas, no hay un volumen dedicado a Calsina. Tampoco no he encontrado referencias en la obra crítica de Alexandre Cirici, L’art català contemporani.

Curiosamente, sin embargo, los cortos artículos que hablan de Calsina siempre lo elogian. Feliu Elias decía que se trata de un "pintor fantasista de los más originales, mucho más que los surrealistas». Hablaba del "humorismo que golpea fuertemente al espectador a causa de la fuerza de dicción que un gran conocimiento del dibujo otorga a Calsina». Elias, el crítico "Joan Sacs", que consideraba el don de composición uno de los elementos principales del gran arte pictórico, reconoce en la obra de Calsina que "a sus dones de dibujante hay que añadir los de pintor y sobre todo los de compositor». Joan Oliver decía: "Ramon Calsina es un artista completo. Hay que decirlo otra vez, cien veces más, hasta que lo sepa todo el mundo. Domina el oficio y tiene sensibilidad, imaginación y una visión muy personal del mundo y de los hombres". También Tísner, en un artículo en el «Avui» el pasado julio, coincidía a elogiar Calsina como uno de los más grandes pintores actuales.

¿Por qué, pues, este silencio a su alrededor?

Siempre he pensado que el artista es un solitario con deseo de intimidad. El pianista Glenn Gould decía que el público bloquea y corrompe. Flaubert se reía de sí mismo diciendo que era un "oso solitario". Pero, en un curioso proceso de contradicción, el artista siente el deseo, consciente o inconsciente, de transmitir las emociones estéticas que experimenta, y tiene la necesidad de exteriorizar los sentimientos más íntimos que brotan de estas emociones. La comunicación se establece entre el creador y el público cuando, seducidos por la obra de arte, nos adentramos por los caminos intrincados que llevan al artista: buscar el ardor apasionado que ha esculpido la piedra, reencontrar el deseo imperioso de armonía que ha hecho vibrar el acorde, percibir la sensibilidad primaria en el espesor de la pincelada, descubrir el patetismo de la existencia en las palabras del poeta ...: conocer el hombre para entender la obra de arte.

En el caso de Ramon Calsina, el hombre me atraía tanto o más que la obra precisamente por la contradicción ante la que me encontraba: setenta años de una gran pintura silenciosa (¿o silenciada?). Ahora podría leer más allá del color y de la luz, descubrir el espíritu de la obra de arte escarbando en la intimidad del creador.

Nos abrió la puerta un hombre alto, de cabellos blancos y mirada suave. En el estrecho taller, el orden sorprendía.

-Antes, esto eran unas oficinas. Yo me hice construir esta claraboya y así tengo buena luz.

Bajo la claraboya, una tela muy grande y, cerca del caballete, una pequeña estufa eléctrica encendida. En el fondo difuso del cuadro hay esbozado un desnudo de espalda, de medidas naturales.

-Lo preparo para la exposición. Claro, debe haber material nuevo ... Mira, esto también es nuevo.-  Nos enseña un par de telas, todas a medio hacer. Trabaja con entusiasmo-. De ideas, tengo muchas, muchas!

El taller está relleno de cuadros de tonos cálidos. Adosado a la pared, un piano negro y, encima, una fotografía de los nietos y unas jarras turquesa llenas de pinceles de grosores distintos, limpios, impecables.

Espriu y Calsina se embarcan en un parloteo técnico de coloridos, de formas, de pinceladas. Hablan del material, de los disolventes, de los aceites, de los acrílicos ...; hablan del oficio. Inquieto, estudioso, ávido de nuevos conocimientos, Calsina sabe que el oficio de pintar necesita años de aprendizaje, teórico y práctico:

-Nunca se termina, y eso es bonito. Me gusta cuando descubro una nueva técnica.

Mientras hablan, miramos las telas. Además de las que hay colgadas en Ia pared, tiene un montón cuidadosamente clasificadas por orden de tamaño sobre estantes metálicos. Me sorprende tanto orden. En su estudio no existe la confusión ni el folclore bohemio que rodea casi siempre a los pintores. No, Calsina no es ningún bohemio. Es un artesano, un hombre metódico, un gran trabajador constante y pulcro:

-Yo, hacia las diez, vengo aquí y me pongo a pintar hasta la hora de comer. Entonces me voy a casa. Después, por la tarde, vuelvo y pinto hasta que ya no hay luz.

Hace ya bastante rato que hemos entrado y continuamos derechos en medio del taller. Ramon Calsina no parece darse cuenta. Continúa enseñándonos su obra. Camina rápido, con pasos cortos, de un lado a otro del estudio, acarreando cartones, alzando los cuadros porque no brillen con la luz de los neones que iluminan la estancia con una luz difusa y lánguida. Después nos enseña los dibujos. También están meticulosamente ordenados en unas grandes carpetas que guarda en el armario de madera blanca, para que no se empolven. Se inicia un numeroso y sorprendente desfile de imágenes: recuerdos de infancia, mujeres que se afanan, criaturas en pañales, el niño que acarrea el cesto del pan por el Poblenou y, casi siempre, "para componer", tal como lo dice Calsina, un globo aerostático que se eleva o la torre de las aguas.

-Antes se veía desde cualquier lado, ahora el cemento la ha tapado.

Objetos aún vivos en el recuerdo aparecen también en los dibujos, agrandados, en primer plano: la linterna mágica -"todavía la guardo...", una gran barra de pan -"en casa éramos panaderos", la peonza -"un día, volviendo de repartir el pan, iba jugando con la peonza y... zass... se me escapa y rompí un farol!"-, la sopera -"en casa nos hemos alimentado de cocido!"-... Ramon Calsina ha sentido la necesidad de plasmar el mundo que rodea su infancia, el mundo menestral:

-La adolescencia me ha marcado mucho. En casa éramos panaderos. El trabajo lo absorbía todo. Éramos esclavos de la tienda. Nos levantábamos muy temprano. Vivíamos atados ... Recuerdo cuando íbamos a casa de mi padrino, en Vacarisses, para la matanza del cerdo. Era una liberación. Me emocionaba cuando veía pinos ... Era casi morboso, de lo bien que me lo pasaba.

Junto a los recuerdos de infancia, nos enseña composiciones que representan escenas de la vida cotidiana. Interiores de tipo clásico, no lujoso. Generalmente reproduce ambientes sencillos. Calsina los describe con dibujos sugerentes, de un gran realismo, patético en algunos casos. Ante El tracoma, explica:

-Es la miseria humana. Esta pobre mujer no es ve y la engañan: las sumas están falseadas.

Siempre, sin embargo, hay la pincelada de fantasía ingenua que caracteriza su estilo. A los dotes de observador clarividente suma un temperamento irónico, el humor fino, el sentido crítico, y entonces aparecen anécdotas sarcásticas, escenas grotescas, caricaturas: el hipócrita , el mal catedrático, el mal crítico... Comenta las pinturas y los dibujos con gran humorismo, y al final, riéndose de él mismo exclama: "Filosofía barata!"  Ha desplegado unas sillas de lona que parecen nuevas -"Las compró mi mujer, para cuando viene alguien"-;  salvo el piano y un sencillo sofá de tono granate, el mobiliario del estudio se reduce a una mesa de jardín y cuatro sillas, todas distintas. Nos sentamos alrededor de un taburete encima del cual Calsina deja unos vasos: «¿Tomareíss una cerveza?"  Una corriente de simpatía parece haberse establecido. La conversación s'encarrila, sazonada con Ia fina ironía del pintor.

-Usted nació en el Poblenou, el año 1901. Cuando se le despertó la vocación por la pintura?

-Mira, esto del dibujo es como una verruga. De muy pequeño ya me gustaba dibujar con tizas.

-A los doce años ya iba a la Academia Baixas, ¿verdad?

-Empecé con Baixas, que era un gran pedagogo, porque aún no tenía catorce años, la edad para entrar en la Llotja. Fui más tarde, primero con Labarta y después con Mestres.

Y trabajaba en la tienda?

-Si, yo iba a repartir el pan, a buscar el parroquiano. El cliente era sagrado!

-Cómo fue que se pusiera a trabajar de vidriero?

-En la Academia Baixas venía Espinagosa, de una casa de cristales, y me dijo que necesitaban un aprendiz. Baixas me animó y me presenté. Barría, iba a buscar agua, y aprendía el oficio de vidriero: cristales grabados y vidrios de iglesia. Hice de vidriero hasta poco antes de la guerra.

-¿Y el dibujo? ¿Continuaba estudiando?

-Si, iba a la Escuela de Bellas Artes con un maestro valenciano, Borràs. Estaba Amat, Santasusagna... Entonces vino lo de la beca Amigó Cuyàs y recorrí un poco España.

-¿Cuando salió por primera vez a la superficie?

-Me parece que fue el año 30, en la sala Parés. Era una exposición de carteles y pinturas. No ocupaba toda la sala; había otros expositores. El Apa decía que me los quitarían de las manos, los carteles. ¡No vendí ni uno!

Calsina sonríe recordando aquel primer contacto con el público. Poco después obtuvo una premio en metálico que le permitió ampliar estudios en París, donde participó en dos exposiciones colectivas.

-EI mismo año expuso en París, en el salón de los Surindépendants,  y el año siguiente en el salón de los Humoristes. ¿Como le acogieron los franceses?

-Hombre, los compañeros que estaban conmigo me felicitaron, porque los diarios hablaron un poco de ello. Cuatro cositas, aquello de "L'espagnol Calsina"...

-¿Por qué no se quedó en París?

-Me añoraba. Yo soy un hombre muy de la tierra. Fuera me sentía desamparado. Si me hubiera quedado, como que soy trabajador, no por otra cosa, me parece que no me habría ido mal. Pero volví. En Barcelona pusimos un taller con Farré y, venga, a esperar al parroquiano que no venía nunca, y así hasta ahora...

-Pero, no obstante, exponía, en el Salón de Barcelona, en la sala Parés... También fué profesor de colorido en la Escuela.

-Sí, en la Llotja los alumnos propusieron al claustro de profesores que se hiciera una clase de pintura de 7 a 9, para los obreros, para quienes trabajaban y no podían ir por la mañana. Propusieron una terna de profesores, uno de los cuales era yo. Mestres me dijo: «Hombre, cógelo, cógelo." Claro, como que era una clase nueva, no había presupuesto y no cobraba nada. Pero mira, lo cogí. Duró cinco años, hasta el 36, y no llegué a cobrar nunca.

-¿Cómo le afectó la guerra, desde el punto de vista de la profesión?

-Cuando vino la desbandada, me fui a Francia, en Argelers. Fui de los primeros. No había nada, ni barracones. ¡Miseria y compañía! Estuve allí seis días. Siempre solo. Me añoraba. Quería volver. Pensé: «¿Qué puede pasar? ¿Que te fusilen?» Claro, ¡yo tenía la esperanza de librarme! Me enrolé con los que volvían a España: «Los que no tengan las manos manchadas de sangre...», era la propaganda de Franco. Y mira, primero hacia Pau, de Pau a Irún y de allí a Vitoria, en un campo de concentración. Estuve un mes y medio. Evito los detalles, ¡porque se podría escribir un libro! Entonces hubo lo de los avales, y hacia Barcelona. En casa me hartaron de escudella y pude... ¡sentarme en una silla!

-¿Como reemprendió la vida profesional?

-Pues mira, en el año 39 hubo aquello de la «reorganización». En la Llotja todavía estoy esperando que me llamen. En el Cercle pasó lo mismo. Me llamaron y me dijeron que me tenía que dar de baja: un socio me había denunciado como rojo. Es claro, entonces aquello era muy grave, porque quedabas marcado. Yo estaba muy enfadado y fui a protestar. Pero en la secretaría, un empleado que iba de buena fe, viendo que me enardecía me dijo: "Si me quiere hacer caso, ahora mandan los coroneles, no se enfade, déjelo correr.» Al cabo de poco me instalé en el taller de la calle Comtal. Después, claro, también había la crítica que hacía daño. En el año 42, con motivo de la exposición que hice en la Syra, Calístenes (Luis Monreal y Tejada), que era el Director del Patrimonio artístico de Levante, escribió un artículo en el diario «Solidaridad Nacional» que aún guardo: «Si en mi mano estuviera, prohibiría a Calsina el uso de los pinceles. Y conste que reconozco en él unas excepcionales condiciones de dibujante más que de pintor. Pero soy de los que piensan que el tema no es indiferente en la obra artística. La visión de la vida que tiene Calsina se estéticamente anarquista. Ninguna forma bella le merece respeto. Sus dibujos, sobre todo, parecen ofrecer una Moraleja repleta de amarga ironía tan violenta, que a veces resulta ofensiva. No se pueden pintar esas cosas, aunque se posea una técnica personal hábil.»

Ramon Calsina habla con energía. De vez en cuando intercala anécdotas divertidas que comenta con humor. La conversación es amena y relajada.

-Durante los primeros años de la posguerra iba a las tertulias del doctor Cervera. ¿Qué amigos encontraba allí?

-El doctor Cervera era un gran amigo y un admirador. Tenía algunos cuadros míos. Era un hombre charmant y erudito. Había viajado mucho. Los domingos por la tarde nos reuniamos toda un grupo en su casa, en la calle Madrazo. Yo iba con mi mujer y llevábamos al niño en un gran carro que parecía un tanque. Allí nos encontrábamos con Santamaria, Pous i Pagès, Ferran Soldevila, Canyameres... En medio de la tertulia venía la esposa de Cervera, una mujer muy bonita, y nos llevaba unas barritas largas, un poquito de vino, hacíamos la merienda, y venga a hablar mal de Franco.

-¿Qué otros escritores conocía?

-No conocía a muchos, de escritores. Sólo Benguerel, que también era del Poblenou, y Sànchez-Juan. Lo que pasa es que durante la guerra iba a la Agrupación de Escritores Catalanes. Allí había mucha efervescencia. ¡Unas ganas de hacer cosas! Entonces conocí a Pous i Pagès. Era el presidente. Trabal hacía de secretario. También había conocido a Ruyra y el pontífice de las letras, Carles Riba.

-Volviendo un poco a los temas de su pintura, en la que hay un gran componente de fantasía: ¿ha leído muchos libros de caballerías, cuentos de imaginación?

-Mira, de pequeño, no sé por qué razón, llegaban hasta mi todos aquellos libros que no tenía que leer, Zarathustra, Madame Bovary... De mayor, Tusquelles me dejó El rojo y el negro, Pickwick, que me impresionó mucho. Me inspiró muchos dibujos. Después he ilustrado el Quijote, los cuentos de Allan Poe...

-El año 57 hizo una exposición antológica: Treinta años de pintura. ¿Quien la organizó?

-Fueron unos cuantos amigos. Siempre he tenido suerte, en esto. Siempre ha habido gente que me ha apoyado, en todas las circunstancias. Yo, cuando viene un amigo, aquí en el estudio, y me dice: «Chico, ¡que bueno que es, eso!», ya tengo suficiente. Esto me llena. La exposición, la organizaron entre muchos. Estaba Pedreira, Parcerises, Espriu... Participaron entidades como el Real Círculo Artístico, el Círculo Maillol, el Club dels Novel·listes, el Cercle Artístic de Sant Lluc, y muchos otros.

Ramon Calsina ha pintado todos estos años con constancia, sin que hayan decaido ni su entusiasmo ni su afán de superación. Parece haberse encerrado en su propia fuerza. Ha querido fijar las imágenes internas en lugar de buscar admiradores. En su pintura no hay ningún deseo implícito de agradar o simplemente de interesar. Como decía Joan Oliver, «el estilo rotundo, el gusto por la sátira que a menudo no se detiene ante la cosa truculenta o teratológica, pueden ser discutidos o poco agradecidos en nombre de sensibilidades más suaves, asustadizas, pero nadie negará la evidencia: una obra madura, intensa, sabia, original».

-¿Cree que se puede hablar de un estilo Calsina »?

-Hombre, no es que tenga ningún mérito. Es una manera de hacer. Como tenemos una manera de andar, cada pintor tiene una manera de pintar. Yo siempre he tenido tendencia a exagerar un poco las formas, un cierto sentido de la caricatura. Al principio pintaba con una tendencia a hacerlo gigantesco: una gran sopera en primer plano, una gran chocolatera, una gran barra de pan en el centro de la tela...

-¿Qué importancia da a la composición?

-La composición es fundamental. Yo veo cuadros de pintores destacados y están cojos de composición; veo un fallo. Sacas una figura y quedaría igual. Y no puede ser. En el cuadro de las lanzas, las lanzas están para algo, no están porque sí. Con el horizonte pasa lo mismo. No se puede poner en medio: queda feo. El horizonte debe estar siempre tres a uno: o muy arriba o muy abajo. Es una cuestión de óptica. En medio queda mal. Es igual que con el color: verde y rojo no pueden estar en la misma proporción. Debe haber mucho verde o mucho rojo.

-Élie Faure decía que ni la línea, ni el volumen, ni el color no existen por sí mismos. Según él, todos los medios creados para simbolizar la forma están en función del "espíritu", de la fuerza interna del creador, y de la idea que quiere materializar el artista con su obra. ¿Cuál es el espíritu de su obra, la intencionalidad?

-Yo siempre he tenido una cierta tendencia a la tragedia. Tienes ganas de lanzar un grito, "de epater le bourgeois", si no con la pintura, al menos con el argumento: una parada del rastro con una familia a la que han tirado los muebles en la calle, un niño que nace con barba y bigote... Claro, es un poco cogido por los pelos...

-¿Cuáles son los pintores que más admira?

-¡Hay tantos!... Velázquez, como completo. Ya sé que está muy visto, pero qué quiere que le diga, para mí es de los mejores. Incluso Duran, aquel pintor pompier francés, tiene un cuadro de una mujer sacandose el guante, extraordinario. También Rembrandt y Goya, si lo consideras globalmente. Vermeer también me gusta mucho: ¡tiene cuadros que son Velázquez!

-¿Un cuadro que le hubiera gustado pintar?

-El retrato de Inocencio X de Velázquez. Me impresiona la técnica, y la gran personalidad del retratado y de quien lo pintó. Está muy por encima de retratos de Rafael.

¿Qué opina de los pintores del Noucentisme?

-Sufrieron un poco de la literatura, de golondrinas, del mediterranismo. Esto, para mí, molesta un poco. Nonell es inacabado. Todo lo de las gitanas está muy bien, pero... ¡yo no he visto ninguna mano de Nonell! Eso sí, veo un gran temperamento, sobre todo si lo comparas con Brull, que es la antítesis. Brull, como Romà Ribera, tiene cosas de oficio ante las cuales me quito el sombrero; ¡de oficio!, pero no llegaban a más. Ahora bien, ¡eran honrados!

-Existe una gran comercialización de obras abstractas, de manchas de contenido hermético, salvo el efecto decorativo. Su obra es sugerente, comprensible, susceptible de establecer una comunicación con el público y, en cambio, ha sido curiosamente marginada, silenciada. ¿Como se explica esta aparente contradicción? ¿Cree en las multinacionales de la pintura?

-¡Y tanto! Esto lo ve todo el mundo. Es una mafia. El día que Ias multinacionales digan: «¡No, ahora haremos pintura de fotografía», se habrán terminado las manchas. Hay una propaganda fantástica detrás de la pintura actual, ¡y mucho dinero! El arte ha degenerado, porque ha degenerado todo. Se han roto todos los valores. No hay cohesión. La gente va por las exposiciones y no les gustan, ¡pero callan! No lo digo yo, lo dice todo el mundo; todo el mundo está de acuerdo. Cuando hay una cosa buena, está claro que la gente se da cuenta. Mira, ahora, cuando hubo la exposición de Ramon Casas, ¡había cola! Durante la guerra nos reuníamos unos cuantos en la Cúpula del Coliseum. Yo era el único que ponía pegas a la obra de Picaso. No en el sentido de quererlo reventar del todo, pero sí que decía: «¡Eh, puede que no haya para tanto!» Todos me miraban como queriendo decir: «¡Desgraciado! ¡Desgraciado!» Claro, yo no era nadie, ya lo sé, pero seguía mi camino. Todos, todos los demás coincidían. Vivían de intereses creados, de la tertulia... ¡Todo el mundo espera poder estar también algún día dentro del Cenáculo!

En fin, como que la pintura no quiere mucho de hablar, quien quiera juzgar, que juzgue. Entra por los ojos, la pintura. Tanto explicar que si esto, que si aquello, que si la historia ha aportado... Pero el hecho es que queda, la pintura. Y es vergonzoso, ya lo puedes poner así mismo: ver-gon-zo-so, ¡cuando ves a los periódicos dando lustre a unos garabatos!, ¡echando incienso! ¡Algunos críticos se quejan de que no encuentran apoyo entre el público, que el arte moderno no encuentra respaldo! Claro, porque la gente, aunque calle, ve que no les dice nada todo esto, una pincelada amarilla, una raya... Ahora todo pasa de moda. ¡Si del cubismo apenas hace cuarenta o cincuenta años y ya ha pasado de moda! Una persona que hiciera cubismo haría reír ahora. En cambio, el retrato de Inocencio X no pasa de moda. En un arte que recibe estas bofetadas, ¡no creas! ¡Es falso! ¡No hay nada! Antes la gente no se ponía sin saber dibujar una mano. Ahora no es necesario dibujar: ¡coges un yogur y lo estampas sobre una tela! Por eso tiene tantos adeptos. Después vendrá el drama. Pasará de moda, y no sabrán hacer nada más que eso. No hay contenido. Es vacío. En síntesis, la gente no cree en Dios, ya.

-¿Cree usted en Dios?

-¡Claro! Si no, la vida no valdría la pena de ser vivida. Sería una estafa. Nos falta una creencia: el sermón de la montaña. Los jóvenes, si en cuarenta años no han triunfado, ya se consideran fracasados. ¡Qué caray! Si eres un auténtico artista, si disfrutas creando, la vida es eterna. No hay más paga que esta. Si se vende, bien, y si no, también, qué le vamos a hacer. ¡El gozo de crear con honradez! Ahora no, ahora sólo se piensa: "¿A ver si se lleva esto? ¿A ver si es rentable? ¿Cuánto? ¿Cuánto?" ¡Estamos en un mundo mercantilizado!

-¿Pretende aportar alguna cosa con su pintura, transmitir algún mensaje?

-¡No, yo no quiero hacer de moralista!

-¿Piensa en la reacción que producirá su pintura, en las sugerencias que puede despertar en el público?

-No. En algún tiempo he pensado que no era vendible: «Eso no te lo comprarán, no se vende". Pero una cosa no tiene nada que ver con la otra: no tiene nada que ver vender con pintar. Es lo que Beethoven decía a Wagner cuando éste le comentaba que la composición no da dinero: «Haz transcripciones de polcas y mazurcas!" ¿Que es triste? Qué quieres hacer. La vida es trágica, como decía Unamuno.

Se ha ido haciendo tarde y nos tenemos que despedir. Lamento tener que dejar la conversación en el punto más dulce. Pero me voy con la satisfacción de haberme podido acercar un poco al artista, al hombre, a Ramon Calsina, un solitario que no se ha dejado corromper y a la vez un solitario con el deseo punzante de transmitirnos su gran fuerza de entusiasmo, su imaginación libre y desbordante, su búsqueda constante y apasionada del ideal estético.

Atento a la riqueza de motivos inagotable que nos ofrece el mundo, Calsina no ha necesitado invocar ningún pretexto para no renunciar a la imagen. Contrariamente a tantos pintores que se vanaglorian de apuntar siempre más allá de sus predecesores, teniendo por ideal, no innovaciones fecundas, sino la innovación «per se», Ramon Calsina ha sabido reconstruir laboriosamente un saber clásico. Como dice Claude Lévi-Strauss: «En la crítica situación del arte contemporáneo, sólo recuperando este saber, la pintura podrá nuevamente pretender la dignidad de un oficio".

 

Zeneida Sardà

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